No me des piropos, dame retos.

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Tic-tac.

Me quedan seis meses. Seis meses de esta ciudad. Después de tantos años me parece una idea aterradora. Medio año es muy poco tiempo para llenarlo de todo de lo que lo quiero llenar. Quiero que amanezca y que me de igual, que no signifique nada más que ha salido el sol. Y quiero amaneceres que lo sean todo. Quiero alcohol derramado en el suelo, besos con ganas, de los que te paras a un milímetro y consiguen congelar el tiempo, y quiero besos de despedida. Quiero abrazos de esos que sólo se dan durante la exaltación de la amistad y quiero ese tipo de abrazos que se dan en el momento justo y consiguen que nadie se rompa. Quiero huir, y quiero encontrar motivos para siempre volver. Quiero ilusiones, desilusiones y desamor. Quiero retos, salidas y metas. Pero no quiero relojes ni calendarios.

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Masturbame el cerebro.

22 años. Con 22 años puedo decir sin vacilar que si me quieres en tu cama debes desnudar primero mi cerebro. El estímulo mental me pone, sí, me vuelve loca.

También se a ciencia cierta, probado de la forma más empírica, que si alguien me llama la atención (esto sucede poco), tiene un 85% de probabilidad de ser inteligente, y de conseguir meterme bajo sus sábanas a base de sarcasmo, humor y sonrisas socarronas.

Hasta aquí todo bien, ¿no?. El problema surge cuando su cerebro enamora al mío. Y yo ya me imagino un baile de indolaminérgicas entrelazando sus neuritas. Y entonces ya no quiero que eso pase una vez, sino miles. Esto también tiene un 85% de probabilidad.

Así que me es imposible pasar una noche con algún cerebro sin tener en cuenta esa probabilidad. De ahí el por qué de la coraza. Y de lo poco que follo, claro.

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El último libro que leí no era un libro, era una persona.

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